jueves, 18 de diciembre de 2014

Ecología de la libertad



Escribe Miguel Grinberg

Hace 32 años se publicaba en Estados Unidos una obra fundamental del pensamiento ecologista del siglo XX. Su título: Ecología de la libertad (subtitulado “Surgimiento y disolución de la Jerarquía”). Su autor: el sociólogo estadounidense Murray Bookchin (1921-2006), hoy reconocido y ponderado como padre de la Ecología Social. Lamentablemente su vasta obra pedagógica ha circulado escasamente en nuestro idioma.

Ideológicamente, se lo ha situado en las filas del ecoanarquismo, y este estudio fundacional surgió como una síntesis de teoría política, ecología y antropología, enfatizando la contradicción que existe en la cultura humana entre la libertad y la imposición, tanto entre los seres humanos, como desde la humanidad hacia la naturaleza. El autor resaltaba que en la naturaleza prevalecen la cooperación, la simbiosis y los comportamientos emergentes (procesos que denominaba “redes de alimentación” y “círculos de interdependencia”). Y como alternativa al capitalismo imperante proponía un desarrollo comunalista, basado en las tecnologías apropiadas y la ecología solidaria. Bajo un lema de Municipalismo Libertario.

DOMINACIÓN

Basándose en este libro singular, el sociólogo uruguayo Eduardo Gudynas señala que Bookchin plantea que tanto la problemática de la libertad y la igualdad no pueden ser abordada en una sola dimensión  (sea la social o la ambiental) sino que es indispensable un abordaje transversal. De la misma manera, remarca que la crisis ambiental (hasta podría incluirse el cambio climático) obedece a causas más profundas que también explican las formas de dominación entre los humanos.

En un artículo célebre titulado “El concepto de ecología social” Bookchin sostenía que “Hemos comenzado una época que ya no se caracteriza por la estabilidad institucional, sino por la decadencia de las instituciones. Una creciente alienación se extiende sobre las formas, las aspiraciones, las demandas y todas las instituciones del orden establecido. La más exuberante y dramática evidencia de esta alienación se dio en los años 60, cuando la ‘revuelta juvenil’ estalló en lo que intentó ser una contracultura o cultura paralela. Ese período se caracterizó por algo más que la protesta y el nihilismo adolescente. Casi intuitivamente, nuevos valores de sensibilidad, nuevos estilos de vida comunal, cambios en la vestimenta, el lenguaje y música, todos ellos sustentados por la ola de un profundo sentimiento de inminente cambio social, impregnaron a una considerable fracción de toda una generación. Aún no sabemos en qué sentido esa ola comenzó a decaer: si como un retroceso histórico o como una transformación en un proyecto serio de desarrollo personal y social.”

IRREVERSIBLE

Bookchin percibía que los símbolos de aquel movimiento contestatario se habían convertido en artefactos de una nueva industria cultural, pero sostenía que ello no alteraba los efectos profundos de tal movimiento en el subconsciente colectivo. Vaticinó entonces: “La sociedad occidental no volverá jamás a ser la misma, más allá de los profesores académicos despectivos y sus críticas de narcisismo.”

Según el inspirado pensador, lo que le otorgaba significación a aquel incesante movimiento de desinstitucionalización e ilegitimación es que había hallado una sólida adhesión en un amplio estrato de la sociedad occidental. La alienación alcanzaba no sólo a los pobres sino también a los relativamente acomodados; no sólo a los jóvenes sino a sus mayores también; no sólo a los visiblemente explotados sino a los aparentemente privilegiados. Y auguraba: “El orden dominante ha comenzado a perder la lealtad de ciertos estratos sociales que tradicionalmente le brindaban su apoyo y sobre los cuales ese orden se apoyó firmemente en épocas previas.”

Entonces añadía proféticamente que años atrás, durante los alzamientos de mayo y junio de 1968, los estudiantes franceses habían expresado magníficamente ese agudo contraste de opciones en su slogan: “Seamos realistas, hagamos lo imposible”. A esta demanda, agregaba, la generación que se confrontará con el próximo siglo tendrá que agregarle este mandato más solemne: “Si no hacemos lo imposible deberemos afrontar lo inconcebible”.




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